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Un homenaje a lxs trabajadorxs del hogar y el mantenimiento desde prácticas artísticas, el cine, la literatura...





Vitrinas. 

Trabajos de mantenimiento y arte






23/8/23Los trabajadores de mantenimiento –incluidos las trabajadoras del hogar, niñeras, cuidadores, enfermeros, lavanderas, guardias, jardineros, barrenderas, etc.– son los primeros en experimentar el despojo global de sus cuerpos como parte de las "cadenas de cuidados globales", como llama la académica Arlie Hochschild a las series de relaciones entre personas de todo el mundo basadas en el trabajo de cuidado ya sea pagado o no remunerado. Cuando las mujeres de origen latinoamericano migran hacia Estados Unidos, las opciones de empleo en las ciudades se encuentran mayoritariamente relacionada al cuidado y el mantenimiento.
    Texto de Mauricio Patrón Rivera





Sacudir, trapear, lavar, secar, desmanchar. Los trabajos de limpieza suelen estar acomodados en listas. Son actividades, algunas más tediosas que otras, que al acumularse revitalizan el espacio que las recibió. Desaparecen tan rápido como la humedad de un buen trapazo y, hasta cierto punto, son efímeras. Digo hasta cierto punto, porque se vuelven necesarias una y otra vez. No basta que se termine la limpieza en la casa, cuando el perro ya pasó dejando sus huellas, la puerta ya se abrió permitiendo entrar a un rastro de hojas secas, la olla ya salpicó en una erupción el caldillo de los huauzontles sobre la estufa.

    Su contraparte, el polvo y la mancha, la pelusa son macro objetos que se multiplican como la vida, en el desgaste de las cosas y los cuerpos, la caída de células muertas.  El mantenimiento, un espectro que incluye al de la limpieza, comprende todas aquellas actividades que no encajan del todo en la hegemónica división de la producción y la reproducción. Se trata pues de poner un foco, resanar una pared, tender la cama, barrer las calles, restaurar los edificios históricos. Es una carrera interminable de trabajo en contra de las ruinas.  

     La minuciosidad del mantenimiento es cosa de manos incisivas, astutas, que saben rascar, llegar a los rincones, trabajar en lo macro, pero deteniéndose en los detalles. Mantenimiento significa tener en las manos. La periodista Barbara Ehrenreich, cuando se hizo contratar como empleada doméstica en la pequeña localidad de Portland, en Main, escribió que “hacer limpieza consiste en levantar todos los objetos de una casa y volverlos a colocar en su lugar”.

    El mantenimiento revela en su precisión un par de características paradójicas: su invisibilidad y su espectacularidad. Bajo las reglas visuales de la sociedad contemporánea –adelantadas en sus reflexiones sobre las vitrinas en Los Pasajes de Benjamin o las pantallas en la Sociedad del Espectáculo de Debord– la desaparición del trabajo de mantenimiento, y por lo tanto de sus trabajadores, es una condición necesaria de su eficacia, de su brillo. El trabajo de mantenimiento bien hecho es aquel que no se ve, dice la máxima popular. En México las trabajadoras del hogar organizadas han revertido ese dogma, su reivindicación se centra desde hace dos décadas en “hacer visible lo invisible”. En los márgenes de la revolución industrial, el trabajo de mantenimiento se designó, tanto en el ámbito doméstico como en el público, a subjetividades históricamente privadas de justicia, como mujeres, personas racializadas o personas sin acceso a la ciudadanía.

    No es casual entonces, que los distintos feminismos hablen constantemente del mantenimiento, la limpieza y los cuidados. Algunas de estas voces abogan por su reivindicación, otras por su abolición como trabajo encorsetado a las mujeres. En 1969, la artista Mierle Laderman Ukeles, publicó su Maintenance Art Manifesto, abriendo la conversación entorno a los trabajos de mantenimiento en las galerías y los museos. Con Semiotics of the Kitchen (1975), Martha Rosler se convirtió en otro pilar del arte feminista estadounidense al criticar la construcción del cuerpo femenino a través de las actividades del hogar, su domesticación. Desde entonces, como ellas, cientos de artistas contemporáneas se han preocupado por la relación de invisibilidad y espectacularidad en las labores de limpieza y manutención.
Sus prácticas artísticas posibilitan imaginar al mantenimiento y al cuidado en el centro de la organización social, como un movimiento que frena la privación de derechos de las trabajadoras y lucha por la dignidad en este trabajo.

Laderman continua con las listas: “Limpia tu escritorio; lava los platos; limpia el piso; lava tu ropa; límpiate los dedos de los pies; cámbiale el pañal al bebé; acaba el reporte; corrige tus typos; arregla la reja; mantén feliz al cliente; tira la basura hedionda; ten cuidado, no te metas cosas a la nariz; qué debería ponerme; no tengo medias; paga las deudas; no tires basura; ahorra cuerda; lávate el cabello; cambia las sábanas; ve a la tienda; ya no tengo perfume; dilo otra vez― él no entiende, séllalo otra vez― está goteando, ve a trabajar, el arte está lleno de polvo, escombra la mesa, llámalo de nuevo, jálale al excusado, mantente joven” .
El polvo se entremete en cualquier actividad, porque está en la médula de estas. Sin un teclado limpio, no hay texto que salga, sin una galería limpia no hay arte que mostrar. Gilberto Martínez, trabajador de limpieza para varias galerías de arte y casas en Nueva York, dice que “con la limpieza también damos salud”; él está convencido de que “dar salud es como si crearas arte, porque dejas un aura limpia, un lugar en el que respiras limpio, que no dejas bichos en la cama, ni en el baño, ni bacterias, porque todo se limpia a conciencia.”

Gilberto Martínez o Berto, como me dice que lo llame, es mexicano y tenía 17 años cuando decidió alcanzar a su madre en Estados Unidos para ayudarla con el trabajo y salir adelante juntos. Él trabajaba en un almacén, luego se “dedicaba a caminar por las calles del Bronx empujando un carrito de esos de lavandería donde llevaba tamales, mi mamá los hacía y yo vendía hasta mil quinientos en un solo fin de semana”. Un día, decidió entrarle a la limpiada de casas, igual que su madre, y una de sus empleadoras lo llamó para limpiar en una galería. Desde entonces ha trabajado para espacios como Bortolami Gallery, Ortuzar Project y CUE Art Foundation, entre otros.

Dice que “hay mucho racismo en esto, no solo de quienes te contratan. Es la sociedad en general quien te minimiza porque eres el sirviente, la sirvienta, la niñera... pero nuestro trabajo es muy importante porque no solo hacemos mantenimiento o somos asistentes, también damos salud”.

Cuando Berto relaciona la salud con el aura, apunta al mismo lugar que la artista colombiana María Teresa Hincapié, quien en 1989 en su performance Vitrina, limpió durante seis horas un escaparate comercial en Bogotá vestida con el uniforme de una mujer de limpieza. Su trabajo, al cruzar la frontera del arte traduce el valor de una jornada de limpieza en el valor de una obra de arte contemporáneo, dotando a la actividad de limpiar una vitrina de un aura artística. No es la vitrina límpida la que permite ver a la artista, sino la artista la que posibilita que veamos el límite transparente que nos separa del arte. Es, como diría el crítico paraguayo Ticio Escobar, un ejercicio de repolitización del aura.

Aunque limpiar es un arte, como dice Berto, no es sencillo hace el camino inverso al que hizo Hincapié: valorar los trabajos de mantenimiento al nivel con el que se valora a las obras de arte.

Julia de León, trabajadora del hogar, niñera y activista guatemalteca tenía que vivir en Houston, Texas, con “cuatro personas en un apartamento de una recamara para hacer rendir el poco ingreso que tenía. Me propuse encontrar trabajo limpiando casas por día y con un poco de suerte lo conseguí”, dice en su historia escrita en el libro del colectivo La Colmena y Libros Antena ¡Todas somos una! Una mirada hacia la realidad de las trabajadoras del hogar.

Platicar con ella es atender al proceso de migración y politización que la llevó desde el pueblo de Totonicapán, en el departamento del mismo nombre, en Guatemala, hasta Houston, desde donde forma parte de la National Domestic Workers Alliance. “La limpieza –dice Julia– es un tipo de asistencia a las familias o en donde sea, hospitales, bancos, etc., las personas que trabajan en la limpieza nos dedicamos a preparar los lugares que luego otras personas ocuparan para hacer sus trabajos”. El mantenimiento es un tipo de trabajo que deja que otros trabajos existan.

Cuando quedó viuda, las hijas de Julia tenían apenas ocho y cuatro años: “Una iba a la escuela y otra no estaba en edad escolar; cuando trabajaba como niñera había casas que me permitían llevar a la pequeña, pero donde no me dejaban pues yo tenía que pagar a otra niñera y muchas veces me quedaba con casi nada del sueldo y aún me faltaba cubrir otros gastos además de la renta”. Julia, tenía que pagar a una niñera para poder cuidar a los hijos de alguien más, pero explica que “en la comunidad Latina hay niñeras que cuidan como si fuera una guardería, pero en una casa particular, entonces nos cobran menos y reciben de ocho a nueve niños al mismo tiempo, así que a ellas les conviene y a nosotras también, pero aun así casi no nos quedamos con nada del sueldo. Entonces tenía que calcular que al aceptar un trabajo me fuera a quedar mínimo la mitad de lo que yo hacía en el día”.

Los trabajadores de mantenimiento –incluidos las trabajadoras del hogar, niñeras, cuidadores, enfermeros, lavanderas, guardias, jardineros, barrenderas, etc.– son los primeros en experimentar el despojo global de sus cuerpos como parte de las "cadenas de cuidados globales", como llama la académica Arlie Hochschild a las series de relaciones entre personas de todo el mundo basadas en el trabajo de cuidado ya sea pagado o no remunerado. Cuando las mujeres de origen latinoamericano migran hacia Estados Unidos, las opciones de empleo en las ciudades se encuentran mayoritariamente relacionada al cuidado y el mantenimiento.

Cuando Claudia Cano, fotógrafa originaria de Toluca, Estado de México, llegó a vivir a San Diego, sus opciones laborales se vieron reducidas y también optó por cuidar niños. Más adelante, consiguió dar un giro a su carrera y desarrollar su obra en otros soportes como el performance. Ella tiene dos alter egos con los que despliega su obra performática: Carmencha Corcuera y Rosa Hernández. La primera es el estereotipo de la latina viviendo en Estados Unidos con dinero; la segunda, es una trabajadora del hogar mexicana y con la que realmente ha logrado una identificación más profunda y un despliegue performático más amplio: “El trabajo más común para las mujeres Latinas en este país de los 25 a los 54 años, rango en el que me encuentro –dice Claudia– son mujeres de mantenimiento, nannies, enfermeras y meseras. Aunque sé que es una generalización, con Rosa buscaba crear una mujer que hablara de estos roles, no es activista –como Julia de León– porque la realidad que he vivido aquí es que muy pocas trabajadoras del hogar lo son”.

Rosa surge de la necesidad de hablar de la invisibilidad de las trabajadoras del hogar mexicanas: "Ella es humilde, decente y en muchas circunstancias ingenua, obedece a la estructura patriarcal de estas dos culturas". Para Claudia, Rosa es independiente de su autora. Cuando un museo o espacio artístico la invita a participar, ella pide que la institución firme un contrato de trabajo directo con Rosa Hernández, que su presencia no se anuncie como un espectáculo y es entonces que comienza: “La presencia de Rosa, su uniforme como una marca de la colonización histórica, rosa y blanco como el que muchas veces usan las trabajadoras domésticas en las casas de ricos en la Ciudad de México; su peluca negra de plástico, el moño, los tenis blancos, el escapulario”, lo mismo para limpiar una galería que un muelle como ocurrió en Ocean Side o en el Parque de la Amistad, en la línea fronteriza, donde fue interrogada por la Border Patrol.

En una ocasión, Rosa fue invitada a limpiar una exposición y Claudia no tenía quien cuidara a su hija: “tuve que contratar a alguien para que se quedara con mi hija y resulta que lo que a mí me pagaban como artista por hacer mi trabajo de performance es lo mismo que le tuve que pagar a la niñera que cuidó a mi hija”. El valor del arte y del cuidado se equipararon no por una revaloración del trabajo de niñera sino por una precarización del trabajo de la artista. Claudia insiste en que en Estados Unidos “solo el 5% de mujeres latinas obtienen una maestría y menos del 1% obtienen un lugar como académicas en alguna universidad y eso denota la carencia de poder que tenemos las mujeres latinas aún hoy”.

Las mujeres artistas han sido sistemáticamente excluidas del mundo del arte, más aún las de origen latinoamericano interesadas en radicalizar sus prácticas feministas en torno a las labores del mantenimiento de forma no-objetual. Para Claudia, Rosa “es un ejercicio de humildad, de decir aquí estamos tanto las trabajadoras del hogar como las artistas latinas que no ocupamos un lugar importante en la escena, pero aquí estamos duro trabajando para ocupar ese lugar en la historia del arte”.

Más allá de la crítica institucional, en Angelina (2001) la artista guatemalteca, Regina José Galindo, hizo su primer performance de larga duración al utilizar durante un mes un uniforme de servicio mientras continuaba realizando su día a día.  Al igual que Claudia Cano, el soporte final de la obra reside en los rastros, fotografías de sus encuentros sociales y actividades como artista. Pero a diferencia de Rosa, Angelina no está mediada o autorizada por el contexto del arte. Ella intenta registrar cómo el uniforme de trabajadora del hogar la reposiciona en la sociedad, su circulación queda limitada a la lectura que los que la rodean tienen de ella. Algunas veces su cuerpo encaja en la norma social (al ir a un mercado); otras, causa una disonancia (al entrar a un bar).

Tanto Rosa Hernández como Angelina tiene la posibilidad de trastocar el mundo del mantenimiento para deshojar su naturalidad, mientras que Berto Martínez y Julia de León reflexionan sobre su trabajo sin dejar de recoger la suciedad a cambio de un sueldo que, gracias a su lucha, han logrado dignificar.

Julia dice que una hora de limpieza básica la puede cobrar entre los 25 y hasta los 35 dólares; mientras que una hora de performance, según el tabulador de la iniciativa de artistas organizadas en Estados Unidos llamada Working Artist and the Greater Economy (W.A.G.E.) se paga entre los 25 y los 50 dólares, según el presupuesto operativo de la institución donde se realice. En México no existe un tabulador para el trabajo en el arte, pero el Centro de Apoyo y Capacitación para Empleadas del Hogar (CACEH) recomienda pagar un promedio de 425 pesos (21 dólares) por día de trabajo; es decir poco más de 70 pesos (3.57 dólares) la hora.

El sueldo es solo un indicador más sobre la calidad de vida en un trabajo, “el mejor lugar de trabajo es donde te respeten, donde te sientas bien” dice Julia. Ella quiere que, en el futuro, “el trabajo de limpieza sea un trabajo técnico reconocido como cualquier otro”; Berto recuerda sus inicios cargando mercancías en un almacén en el Bronx: “nosotros fuimos Rosa en un principio, pero tienes que aprender. No te puedes quedar estancado en la Rosa que esta agachada”.

Desde las prácticas artísticas, aunque precarizadas, la moneda de cambio es la posibilidad de reconocimiento social, el desarrollo de un proyecto propio y la valorización creciente de su trabajo. Es desde ese lugar que Claudia conversa con las trabajadoras del hogar latinas en los Estados Unidos. Mientras, Julia aparta un día a la semana para ir a una “esquina” de Houston –cruces donde se juntan los trabajadores de construcción y mantenimiento a la espera de ser contratados–, y da mini entrenamientos de siete minutos sobre derechos y seguridad en el trabajo, antes de que alguien “contrate” a los trabajadores que suben a las pickups para ir a sacar lo del día.