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Un homenaje a lxs trabajadorxs del hogar y el mantenimiento desde prácticas artísticas, el cine, la literatura...





Vitrinas. 

Trabajos de mantenimiento y arte






23/8/23Los trabajadores de mantenimiento –incluidos las trabajadoras del hogar, niñeras, cuidadores, enfermeros, lavanderas, guardias, jardineros, barrenderas, etc.– son los primeros en experimentar el despojo global de sus cuerpos como parte de las "cadenas de cuidados globales", como llama la académica Arlie Hochschild a las series de relaciones entre personas de todo el mundo basadas en el trabajo de cuidado ya sea pagado o no remunerado. Cuando las mujeres de origen latinoamericano migran hacia Estados Unidos, las opciones de empleo en las ciudades se encuentran mayoritariamente relacionada al cuidado y el mantenimiento.
    Texto de Mauricio Patrón Rivera





Sacudir, trapear, lavar, secar, desmanchar. Los trabajos de limpieza suelen estar acomodados en listas. Son actividades, algunas más tediosas que otras, que al acumularse revitalizan el espacio que las recibió. Desaparecen tan rápido como la humedad de un buen trapazo y, hasta cierto punto, son efímeras. Digo hasta cierto punto, porque se vuelven necesarias una y otra vez. No basta que se termine la limpieza en la casa, cuando el perro ya pasó dejando sus huellas, la puerta ya se abrió permitiendo entrar a un rastro de hojas secas, la olla ya salpicó en una erupción el caldillo de los huauzontles sobre la estufa.

    Su contraparte, el polvo y la mancha, la pelusa son macro objetos que se multiplican como la vida, en el desgaste de las cosas y los cuerpos, la caída de células muertas.  El mantenimiento, un espectro que incluye al de la limpieza, comprende todas aquellas actividades que no encajan del todo en la hegemónica división de la producción y la reproducción. Se trata pues de poner un foco, resanar una pared, tender la cama, barrer las calles, restaurar los edificios históricos. Es una carrera interminable de trabajo en contra de las ruinas.  

     La minuciosidad del mantenimiento es cosa de manos incisivas, astutas, que saben rascar, llegar a los rincones, trabajar en lo macro, pero deteniéndose en los detalles. Mantenimiento significa tener en las manos. La periodista Barbara Ehrenreich, cuando se hizo contratar como empleada doméstica en la pequeña localidad de Portland, en Main, escribió que “hacer limpieza consiste en levantar todos los objetos de una casa y volverlos a colocar en su lugar”.

    El mantenimiento revela en su precisión un par de características paradójicas: su invisibilidad y su espectacularidad. Bajo las reglas visuales de la sociedad contemporánea –adelantadas en sus reflexiones sobre las vitrinas en Los Pasajes de Benjamin o las pantallas en la Sociedad del Espectáculo de Debord– la desaparición del trabajo de mantenimiento, y por lo tanto de sus trabajadores, es una condición necesaria de su eficacia, de su brillo. El trabajo de mantenimiento bien hecho es aquel que no se ve, dice la máxima popular. En México las trabajadoras del hogar organizadas han revertido ese dogma, su reivindicación se centra desde hace dos décadas en “hacer visible lo invisible”. En los márgenes de la revolución industrial, el trabajo de mantenimiento se designó, tanto en el ámbito doméstico como en el público, a subjetividades históricamente privadas de justicia, como mujeres, personas racializadas o personas sin acceso a la ciudadanía.

    No es casual entonces, que los distintos feminismos hablen constantemente del mantenimiento, la limpieza y los cuidados. Algunas de estas voces abogan por su reivindicación, otras por su abolición como trabajo encorsetado a las mujeres. En 1969, la artista Mierle Laderman Ukeles, publicó su Maintenance Art Manifesto, abriendo la conversación entorno a los trabajos de mantenimiento en las galerías y los museos. Con Semiotics of the Kitchen (1975), Martha Rosler se convirtió en otro pilar del arte feminista estadounidense al criticar la construcción del cuerpo femenino a través de las actividades del hogar, su domesticación. Desde entonces, como ellas, cientos de artistas contemporáneas se han preocupado por la relación de invisibilidad y espectacularidad en las labores de limpieza y manutención.
Sus prácticas artísticas posibilitan imaginar al mantenimiento y al cuidado en el centro de la organización social, como un movimiento que frena la privación de derechos de las trabajadoras y lucha por la dignidad en este trabajo.

Laderman continua con las listas: “Limpia tu escritorio; lava los platos; limpia el piso; lava tu ropa; límpiate los dedos de los pies; cámbiale el pañal al bebé; acaba el reporte; corrige tus typos; arregla la reja; mantén feliz al cliente; tira la basura hedionda; ten cuidado, no te metas cosas a la nariz; qué debería ponerme; no tengo medias; paga las deudas; no tires basura; ahorra cuerda; lávate el cabello; cambia las sábanas; ve a la tienda; ya no tengo perfume; dilo otra vez― él no entiende, séllalo otra vez― está goteando, ve a trabajar, el arte está lleno de polvo, escombra la mesa, llámalo de nuevo, jálale al excusado, mantente joven” .
El polvo se entremete en cualquier actividad, porque está en la médula de estas. Sin un teclado limpio, no hay texto que salga, sin una galería limpia no hay arte que mostrar. Gilberto Martínez, trabajador de limpieza para varias galerías de arte y casas en Nueva York, dice que “con la limpieza también damos salud”; él está convencido de que “dar salud es como si crearas arte, porque dejas un aura limpia, un lugar en el que respiras limpio, que no dejas bichos en la cama, ni en el baño, ni bacterias, porque todo se limpia a conciencia.”

Gilberto Martínez o Berto, como me dice que lo llame, es mexicano y tenía 17 años cuando decidió alcanzar a su madre en Estados Unidos para ayudarla con el trabajo y salir adelante juntos. Él trabajaba en un almacén, luego se “dedicaba a caminar por las calles del Bronx empujando un carrito de esos de lavandería donde llevaba tamales, mi mamá los hacía y yo vendía hasta mil quinientos en un solo fin de semana”. Un día, decidió entrarle a la limpiada de casas, igual que su madre, y una de sus empleadoras lo llamó para limpiar en una galería. Desde entonces ha trabajado para espacios como Bortolami Gallery, Ortuzar Project y CUE Art Foundation, entre otros.

Dice que “hay mucho racismo en esto, no solo de quienes te contratan. Es la sociedad en general quien te minimiza porque eres el sirviente, la sirvienta, la niñera... pero nuestro trabajo es muy importante porque no solo hacemos mantenimiento o somos asistentes, también damos salud”.

Cuando Berto relaciona la salud con el aura, apunta al mismo lugar que la artista colombiana María Teresa Hincapié, quien en 1989 en su performance Vitrina, limpió durante seis horas un escaparate comercial en Bogotá vestida con el uniforme de una mujer de limpieza. Su trabajo, al cruzar la frontera del arte traduce el valor de una jornada de limpieza en el valor de una obra de arte contemporáneo, dotando a la actividad de limpiar una vitrina de un aura artística. No es la vitrina límpida la que permite ver a la artista, sino la artista la que posibilita que veamos el límite transparente que nos separa del arte. Es, como diría el crítico paraguayo Ticio Escobar, un ejercicio de repolitización del aura.

Aunque limpiar es un arte, como dice Berto, no es sencillo hace el camino inverso al que hizo Hincapié: valorar los trabajos de mantenimiento al nivel con el que se valora a las obras de arte.

Julia de León, trabajadora del hogar, niñera y activista guatemalteca tenía que vivir en Houston, Texas, con “cuatro personas en un apartamento de una recamara para hacer rendir el poco ingreso que tenía. Me propuse encontrar trabajo limpiando casas por día y con un poco de suerte lo conseguí”, dice en su historia escrita en el libro del colectivo La Colmena y Libros Antena ¡Todas somos una! Una mirada hacia la realidad de las trabajadoras del hogar.

Platicar con ella es atender al proceso de migración y politización que la llevó desde el pueblo de Totonicapán, en el departamento del mismo nombre, en Guatemala, hasta Houston, desde donde forma parte de la National Domestic Workers Alliance. “La limpieza –dice Julia– es un tipo de asistencia a las familias o en donde sea, hospitales, bancos, etc., las personas que trabajan en la limpieza nos dedicamos a preparar los lugares que luego otras personas ocuparan para hacer sus trabajos”. El mantenimiento es un tipo de trabajo que deja que otros trabajos existan.

Cuando quedó viuda, las hijas de Julia tenían apenas ocho y cuatro años: “Una iba a la escuela y otra no estaba en edad escolar; cuando trabajaba como niñera había casas que me permitían llevar a la pequeña, pero donde no me dejaban pues yo tenía que pagar a otra niñera y muchas veces me quedaba con casi nada del sueldo y aún me faltaba cubrir otros gastos además de la renta”. Julia, tenía que pagar a una niñera para poder cuidar a los hijos de alguien más, pero explica que “en la comunidad Latina hay niñeras que cuidan como si fuera una guardería, pero en una casa particular, entonces nos cobran menos y reciben de ocho a nueve niños al mismo tiempo, así que a ellas les conviene y a nosotras también, pero aun así casi no nos quedamos con nada del sueldo. Entonces tenía que calcular que al aceptar un trabajo me fuera a quedar mínimo la mitad de lo que yo hacía en el día”.

Los trabajadores de mantenimiento –incluidos las trabajadoras del hogar, niñeras, cuidadores, enfermeros, lavanderas, guardias, jardineros, barrenderas, etc.– son los primeros en experimentar el despojo global de sus cuerpos como parte de las "cadenas de cuidados globales", como llama la académica Arlie Hochschild a las series de relaciones entre personas de todo el mundo basadas en el trabajo de cuidado ya sea pagado o no remunerado. Cuando las mujeres de origen latinoamericano migran hacia Estados Unidos, las opciones de empleo en las ciudades se encuentran mayoritariamente relacionada al cuidado y el mantenimiento.

Cuando Claudia Cano, fotógrafa originaria de Toluca, Estado de México, llegó a vivir a San Diego, sus opciones laborales se vieron reducidas y también optó por cuidar niños. Más adelante, consiguió dar un giro a su carrera y desarrollar su obra en otros soportes como el performance. Ella tiene dos alter egos con los que despliega su obra performática: Carmencha Corcuera y Rosa Hernández. La primera es el estereotipo de la latina viviendo en Estados Unidos con dinero; la segunda, es una trabajadora del hogar mexicana y con la que realmente ha logrado una identificación más profunda y un despliegue performático más amplio: “El trabajo más común para las mujeres Latinas en este país de los 25 a los 54 años, rango en el que me encuentro –dice Claudia– son mujeres de mantenimiento, nannies, enfermeras y meseras. Aunque sé que es una generalización, con Rosa buscaba crear una mujer que hablara de estos roles, no es activista –como Julia de León– porque la realidad que he vivido aquí es que muy pocas trabajadoras del hogar lo son”.

Rosa surge de la necesidad de hablar de la invisibilidad de las trabajadoras del hogar mexicanas: "Ella es humilde, decente y en muchas circunstancias ingenua, obedece a la estructura patriarcal de estas dos culturas". Para Claudia, Rosa es independiente de su autora. Cuando un museo o espacio artístico la invita a participar, ella pide que la institución firme un contrato de trabajo directo con Rosa Hernández, que su presencia no se anuncie como un espectáculo y es entonces que comienza: “La presencia de Rosa, su uniforme como una marca de la colonización histórica, rosa y blanco como el que muchas veces usan las trabajadoras domésticas en las casas de ricos en la Ciudad de México; su peluca negra de plástico, el moño, los tenis blancos, el escapulario”, lo mismo para limpiar una galería que un muelle como ocurrió en Ocean Side o en el Parque de la Amistad, en la línea fronteriza, donde fue interrogada por la Border Patrol.

En una ocasión, Rosa fue invitada a limpiar una exposición y Claudia no tenía quien cuidara a su hija: “tuve que contratar a alguien para que se quedara con mi hija y resulta que lo que a mí me pagaban como artista por hacer mi trabajo de performance es lo mismo que le tuve que pagar a la niñera que cuidó a mi hija”. El valor del arte y del cuidado se equipararon no por una revaloración del trabajo de niñera sino por una precarización del trabajo de la artista. Claudia insiste en que en Estados Unidos “solo el 5% de mujeres latinas obtienen una maestría y menos del 1% obtienen un lugar como académicas en alguna universidad y eso denota la carencia de poder que tenemos las mujeres latinas aún hoy”.

Las mujeres artistas han sido sistemáticamente excluidas del mundo del arte, más aún las de origen latinoamericano interesadas en radicalizar sus prácticas feministas en torno a las labores del mantenimiento de forma no-objetual. Para Claudia, Rosa “es un ejercicio de humildad, de decir aquí estamos tanto las trabajadoras del hogar como las artistas latinas que no ocupamos un lugar importante en la escena, pero aquí estamos duro trabajando para ocupar ese lugar en la historia del arte”.

Más allá de la crítica institucional, en Angelina (2001) la artista guatemalteca, Regina José Galindo, hizo su primer performance de larga duración al utilizar durante un mes un uniforme de servicio mientras continuaba realizando su día a día.  Al igual que Claudia Cano, el soporte final de la obra reside en los rastros, fotografías de sus encuentros sociales y actividades como artista. Pero a diferencia de Rosa, Angelina no está mediada o autorizada por el contexto del arte. Ella intenta registrar cómo el uniforme de trabajadora del hogar la reposiciona en la sociedad, su circulación queda limitada a la lectura que los que la rodean tienen de ella. Algunas veces su cuerpo encaja en la norma social (al ir a un mercado); otras, causa una disonancia (al entrar a un bar).

Tanto Rosa Hernández como Angelina tiene la posibilidad de trastocar el mundo del mantenimiento para deshojar su naturalidad, mientras que Berto Martínez y Julia de León reflexionan sobre su trabajo sin dejar de recoger la suciedad a cambio de un sueldo que, gracias a su lucha, han logrado dignificar.

Julia dice que una hora de limpieza básica la puede cobrar entre los 25 y hasta los 35 dólares; mientras que una hora de performance, según el tabulador de la iniciativa de artistas organizadas en Estados Unidos llamada Working Artist and the Greater Economy (W.A.G.E.) se paga entre los 25 y los 50 dólares, según el presupuesto operativo de la institución donde se realice. En México no existe un tabulador para el trabajo en el arte, pero el Centro de Apoyo y Capacitación para Empleadas del Hogar (CACEH) recomienda pagar un promedio de 425 pesos (21 dólares) por día de trabajo; es decir poco más de 70 pesos (3.57 dólares) la hora.

El sueldo es solo un indicador más sobre la calidad de vida en un trabajo, “el mejor lugar de trabajo es donde te respeten, donde te sientas bien” dice Julia. Ella quiere que, en el futuro, “el trabajo de limpieza sea un trabajo técnico reconocido como cualquier otro”; Berto recuerda sus inicios cargando mercancías en un almacén en el Bronx: “nosotros fuimos Rosa en un principio, pero tienes que aprender. No te puedes quedar estancado en la Rosa que esta agachada”.

Desde las prácticas artísticas, aunque precarizadas, la moneda de cambio es la posibilidad de reconocimiento social, el desarrollo de un proyecto propio y la valorización creciente de su trabajo. Es desde ese lugar que Claudia conversa con las trabajadoras del hogar latinas en los Estados Unidos. Mientras, Julia aparta un día a la semana para ir a una “esquina” de Houston –cruces donde se juntan los trabajadores de construcción y mantenimiento a la espera de ser contratados–, y da mini entrenamientos de siete minutos sobre derechos y seguridad en el trabajo, antes de que alguien “contrate” a los trabajadores que suben a las pickups para ir a sacar lo del día.

Reconocer a las trabajadoras del hogar: 

cuidar a quien te cuida




9/5/22Durante años, las trabajadoras del hogar han luchado por mejores condiciones; a pesar de ciertas mejoras, todavía prevalece una cultura de discriminación que les niega derechos esenciales. En este texto, Mauricio Patrón Rivera aborda algunos avances y puntos pendientes.
Publicado originalmente en Este País
     Limpiar, sacudir, lavar, tender, secar, trapear, aspirar, escombrar, doblar, recoger: son verbos que impulsan al cuerpo de quien los realiza hacia una coreografía del mantenimiento. Flexionar brazos, muñecas y falanges, girar la cadera: son los verbos de las rodillas dobladas, los tobillos, la espalda. Son verbos agotadores. Sin embargo, aún pervive una cultura de discriminación que insiste en negar los derechos humanos laborales a las trabajadoras del hogar, como si su esfuerzo no fuera un trabajo. 

    Las trabajadoras y sus aportes al movimiento feminista evidenciaron la división sexual (patriarcal) del trabajo, la desvalorización de la reproducción y los trabajos de cuidado, así como las supresiones del salario para las labores de mantenimiento históricamente asignadas a las mujeres. Todo en beneficio de la acumulación de los capitalistas.

    En México, aún perdura una cultura de discriminación hacia las trabajadoras del hogar remuneradas. Se les paga poco, se les exige mucho; son las presuntas culpables si cualquier cosa de la casa está fuera de lugar. Apenas hace unos días, Geraldina González, presidenta del Consejo para Prevenir y Eliminar la Discriminación de la Ciudad de México (COPRED), denunciaba que el Condominio Cumbres de Santa Fe —anunciado como “el privilegio de vivir en un mundo aparte”— tiene un reglamento discriminatorio que impide que las trabajadoras de mantenimiento (del hogar, jardinería, etc.) se paseen por el complejo solas: deben estar acompañadas de un residente, cuidando a un niño o una mascota… 

    No menos insultante es el caso de la señora Catalina Acosta. Esta trabajadora del hogar —originaria de la huasteca potosina, de 80 años de edad y diagnosticada con esquizofrenia— denunció que sus empleadores la maltrataban. Estaba prácticamente secuestrada y le habían retenido el sueldo bajo engaños. Cuando logró salir de aquella casa en Naucalpan, Estado de México, sus pertenencias  —tras más de 60 años de trabajo— llenaban apenas tres maletas y una caja de cartón. Por la falta de sensibilidad de la Junta Local de Conciliación y Arbitraje del Estado de México, ahora Catalina está de regreso con sus empleadores y su sobrina continúa luchando por su libertad.

    Estos apenas son ejemplos que ilustran una dura realidad. Junto con el Centro Nacional para la Capacitación Profesional y Liderazgo de las Empleadas del Hogar (CACEH Nacional) y el Consejo Ciudadano para la Seguridad y la Justicia se han identificado 18 tipos de violencia hacia las trabajadoras del hogar, que van desde el uso de nombres despectivos hasta la violencia sexual y la trata de personas. Por fortuna, frente a este panorama, siempre ha habido trabajadoras que han alzado la voz, han conectado con otras mujeres y hombres en lucha por los derechos humanos y laborales, y han empujado hacia una nueva cultura del trabajo del hogar. 

    Así, la resistencia y la dignidad han estado presentes desde que las trabajadoras comenzaron a cobrar por limpiar hogares, cuidar niños y adultos mayores. Por ejemplo, en enero de 1917 en Ciudad Juárez, Carmelita Torres fue la primera trabajadora que, junto con otras compañeras trabajadoras del hogar, se opuso al cierre de la frontera con Estados Unidos y defendió su derecho a trabajar en El Paso, Texas. Tenía 17 años cuando protagonizó los motines de los baños

    Curiosamente, una semana después de esta manifestación, el 5 de febrero de 1917, la asamblea constitucional reunida en Querétaro aprobó que las trabajadoras del hogar fueran reconocidas y protegidas por la ley. Sin embargo, en los hechos se siguió asumiendo este tipo de trabajo como una “ayuda”. En 1943, la Ley del Seguro Social determinó que la inscripción de las trabajadoras del hogar no tenía que ser obligatoria

    Desde entonces, las trabajadoras del hogar han luchado por que se reconozcan sus derechos y se dignifique su trabajo tanto en la ley como en el día a día. Cada vez que me he acercado a una organización de trabajadoras del hogar, me percato de que se esfuerzan por ser impecables en sus trabajos de limpieza y cuidado, por sentirse orgullosas de su profesión, por reconocerse como mujeres que desde el mantenimiento sostienen en sus manos al país entero.

    Para entender la lucha de los últimos años, el mejor ejemplo son mis compañeras del CACEH; en particular Marcelina Bautista, quien a los 14 años migró de Nochixtlán, Oaxaca, a Ciudad de México para trabajar durante 21 años como trabajadora del hogar. Ella decidió cambiar su situación y la de sus compañeras; en 2021 fue nombrada una de las 100 mujeres (la única mexicana de la lista) más inspiradoras del mundo por la BBC.

    Marissa Velázquez Ramírez, trabajadora del hogar mazahua. Foto: CACEH Nacional.


    Juntas, desde CACEH, cientos de trabajadoras del hogar han impulsado cambios en todos los ámbitos de sus vidas, de sus comunidades y del país. En 1989, el 30 de marzo, junto con compañeras de toda América Latina, crearon la Confederación Latinoamericana y del Caribe de Trabajadoras del Hogar (COLACTRAHO) en Bogotá, Colombia, instituyendo ese día como el Día Internacional de las Trabajadoras del Hogar. En 2011, el 16 de junio, ese creciente movimiento internacional logró la aprobación del Convenio sobre el trabajo decente para las trabajadoras y los trabajadores domésticos (C189) de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), la norma internacional que otorga la mayor protección para estas trabajadoras y trabajadores.

    En México, el país con mayor desigualdad de la OCDE, donde algunos tienen “el privilegio de vivir en un mundo aparte”, fue necesario lanzar una campaña, que duró casi 10 años, para que el Estado mexicano ratificara el C189 y fuera parte de la legislación. Este convenio entró en vigor el 3 de julio de 2021.

    No obstante, las leyes no tienen fuerza si no empatan con el sentido común de la sociedad; las trabajadoras del hogar lo saben. En 2015, cien trabajadoras impulsadas por el CACEH formaron el Sindicato Nacional de Trabajadores y Trabajadoras del Hogar (SINACTRAHO), un esfuerzo sin precedentes para hacer visible lo invisible. Además, el pasado 5 de marzo, se creó la Cooperativa para el Desarrollo Integral de las Personas Trabajadoras del Hogar, la primera cooperativa de este tipo en México. Ellas lanzaron un grito de apoyo hacia la sociedad, organizando una campaña de financiamiento colectivo (crowdfunding) que en tan solo un mes recaudó más de 160 mil pesos: demostraron que muchas personas empleadoras buscan activamente que el trabajo del hogar sea digno y un motivo de orgullo.

    Actualmente, es visible que este movimiento ha crecido más allá de Marcelina Bautista y el CACEH. En todo el país están surgiendo colectivas y múltiples formas de organización de trabajadoras del hogar. Por ejemplo, el 28 de abril de 2016 una trabajadora del hogar, identificada por sus iniciales como MRGG, demandó a sus empleadoras por no darle derecho a la seguridad social y a la vivienda. El caso llegó como un juicio de amparo a la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), que el 5 de diciembre de 2018 sentenció que era discriminatorio excluir a las trabajadoras del hogar de la Ley del Seguro Social. Ahora esta ley ha sido reformada en la Cámara de Senadores para hacer obligatoria la inscripción a la seguridad social para estas trabajadoras, pero aún falta que la apruebe la Cámara de Diputados.

    Como parte de esta misma sentencia, el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) creó el Programa Piloto de Incorporación a personas trabajadoras del Hogar. Se trata de identificar y modificar aquellos obstáculos para que las personas trabajadoras del hogar accedan a pensiones, guarderías, servicio médico, velatorios, y estén protegidas ante los riesgos en el trabajo y en caso de invalidez. No obstante, de acuerdo con la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) del INEGI, el programa apenas ha incorporado aproximadamente a 50 mil personas de un universo de 2.3 millones de personas trabajadoras del hogar en el país.

    Integrantes de la Cooperativa para el Desarrollo Integral de las Personas Trabajadoras del Hogar (COODEPTH). Foto: CACEH Nacional.


    Si tomamos en cuenta que, según la ENOE, durante la pandemia por covid-19 alrededor de 300 mil trabajadoras del hogar fueron despedidas, podemos ver que la cobertura del IMSS es una aguja en un pajar. Desde 2019, la Ley Federal del Trabajo fue reformada para dedicar todo el Capítulo XIII a las personas trabajadoras del hogar, homologando sus derechos con los establecidos en el C189, pero esto no lo sabía la mayoría de las trabajadoras y empleadoras. Por eso, es sumamente urgente el activismo y la acción directa casa por casa.

    Siempre han sido las trabajadoras del hogar quienes han logrado los cambios en su condición de vida. Ellas fueron a la OIT; ellas decidieron cómo debían ser nombradas (cuando crearon la COLACTRAHO); ellas fueron a la SCJN, a la conferencia mañanera, a concientizar a los diputados y senadores; ellas marchan cada 8M y cada primero de mayo.

    También ellas sientan a sus empleadores en la mesa para decirles que la ley cambió, que el país se está transformando, que el mundo mira y que se requiere un acto sencillo: firmar un contrato. Al firmar un contrato, ambas partes acuerdan el salario, ya sea por día o por mes, las actividades a realizar, los horarios y los días de descanso obligatorios, la seguridad social. Un contrato abre la vía de comunicación para que nosotros como empleadores y ellas como trabajadoras hagamos de esta relación una forma de cooperar, una forma de cuidar a quien te cuida. EP