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Un homenaje a lxs trabajadorxs del hogar y el mantenimiento desde prácticas artísticas, el cine, la literatura...







Ana Gutiérrez
Ana Gutiérrez es, además de un nombre falso, la autora que solo aparece en la portada. Fue hasta después de la publicación de Se Necesita Muchacha que se supo que la encargada de publicar este documento fue Cristina Goutet, asesora del sindicato. La foto que aparece en esta entrada es la de Cristina y a continuación se reproduce un perfil de ella elaborado por Carlos Flores Lizana en Relatos: nuestro Perú, tesoros escondidos.

Cristina Goutet: Una vida al servicio de las trabajadoras del hogar.

La vida de esta mujer se puede resumir en una vida entregada a reivindicar y hacer visible a las mujeres pobres y de origen campesino (quechuas) del departamento del Cusco, que trabajan en las casas familiares de miles de hogares. Para poder valorar su vida tenemos que entender de donde vino ella y cuál fue la problemática que trato de enfrentar y darle una salida. Nació en Francia, llegó al Perú en los años sesenta y estudió en la Universidad Católica. Fue una de las primeras doctoras en sistemas del Perú. Se vino a vivir al Cusco y siempre estuvo vinculada a la comunidad dominica de padres de origen francés. No se casó y desde que llegó a esta ciudad se dedicó a organizar y fortalecer el único sindicato de trabajadoras del hogar del Perú, en ese tiempo. Para servirlas las buscó en las distintas escuelas nocturnas donde suelen ir estas niñas, adolescentes y jóvenes a estudiar. Los horarios normales de estas escuelas eran de seis de la tarde hasta las nueve y treinta de la noche y funcionan en colegios nacionales, ninguno dirigido por religiosas y eso que muchas de las congregaciones dicen haber nacido para servir a las mujeres pobres y cosas por el estilo. La mayoría de las que estudian son mujeres, aunque no faltan algunos varones. Estudian y trabajan de empleados en las casas de todos los niveles sociales de esta ciudad tan racista y discriminadora, como es Cusco. 

Estas escuelas son, sobre todo, espacios de socialización más que de aprendizaje. La mayoría de alumnas solo termina su primaria y salen del circuito escolar. En estas escuelas también es un lugar donde las matronas y patronas consiguen chicas para la casa. Es un espacio donde se enamoran de chicos que estudian o que van a esperarlas a la salida del colegio. 

Cristina se hizo cargo del curso de Religión de estas escuelas y donde las preparaba para que hicieran su Primera Comunión, previo bautismo. Era muy lindo ver como esta señorita les enseñaba el evangelio a este sector tan olvidado y maltratado del Cusco y el Perú entero. Cuando uno sirve a los pobres y les explica el texto sagrado no puede dejar de ver y comprobar que se tiene una manera nueva y real de anunciar la salvación. El Evangelio cobra nueva vida, ilumina, sana, fortalece al que lo oye y al que lo enseña. 

Además de este servicio, consiguió una casa con su peculio para que allí funcionara el sindicato de las trabajadoras del hogar. Luchó porque sus vidas, su dignidad y su trabajo no fuera despreciado ni invisibilizado, como lo quieren permanentemente muchos interesados. Apoyó la publicación de un libro testimonial llamado “Basta”, publicado por el Instituto Bartolomé de las Casas del Cusco y donde se muestran los verdaderos horrores a los que son sometidas niñas, adolescentes, jóvenes, y mujeres de origen campesino indígena en las casas donde trabajan. Es un grito de dolor y una denuncia que no es oída, por lo tanto, no atendida en su exigencia por la sociedad en su conjunto, y menos por las autoridades correspondientes. 

El problema es realmente grave ya que las empleadas son invisibles, sus derechos no existen, son parte del paisaje aceptado y justificado por la mayoría estúpida y deshumanizada de nuestro país que todavía tiene la frescura de autodenominarse como cristiana. Una prueba de lo que digo es que los diversos intentos porque su trabajo sea considerado dentro de la Ley General de Trabajo no han prosperado, con justificaciones como que “no tienen horario continuo de trabajo”, que “suelen sentarse con la patrona a ver televisión juntas”, “que no son trabajos de responsabilidad, que las trabajadoras son niñas o adolescentes”, etc., etc. 

El hoy excongresista Antero Flores Araoz, fue uno de los opositores acérrimos a que salgan leyes a favor de este sector inmenso de trabajadoras. Hasta el día de hoy es opcional para las patronas hacer contratos de trabajo, pago de salarios de acuerdo a ley, vacaciones, seguro personal y familiar, etc. 

Nuestra heroína anónima luchó y seguirá luchando desde el cielo por estas mujeres, sus familias, sus derechos y sus esperanzas. Yo tengo más de sesenta años y nunca pude oír a ningún candidato político hablar de ellas, luchar por sus derechos, etc. Lo mismo puedo decir de muchos de los jerarcas y teólogos que tenemos en la Iglesia Católica y otras, salvo honrosas excepciones. 

Son simplemente nada para ellos, no cuentan para nada. Como en el relato de Corza titulado “Garabombo el Invisible” donde nos narra, cómo un campesino que bajó de su comunidad para hacer trámites en distintas instituciones públicas y privadas en favor de su comunidad y al ver que entraba a las oficinas y nadie le hacía caso, “no lo veían”, empezó a creer que era transparente, una simple imagen fantasmagórica. Esto me lleva inmediatamente a reflexionar sobre la existencia de los esclavos negros a lo largo de la historia de la humanidad y las Iglesias. En las haciendas y conventos de muchas congregaciones religiosas trabajaban esclavos negros a su servicio y no fue cuestionado el sistema como se merecía. Una monstruosidad tan salvaje como esta fue vista “como natural” y justificada teológicamente por muchísimos cristianos que vivían de ella. Así ocurre con las trabajadoras del hogar hasta hoy. 

Cristina hizo muchas cosas por ellas. Desde estar siempre atenta a sus necesidades y problemas simples y concretos, hasta comprar con su dinero dos locales para el sindicato de trabajadoras del Cusco. Recuerdo abrazar y besar con ternura infinita a una mujer que había sido empleada del hogar y que enloqueció después de una violación múltiple mientras trabajaba en una casa. Ella era la única mujer que podía acercarse a ella, ya que esta pobre víctima andaba sucia, desgreñada y descalza por las calles e iglesias del centro del Cusco, a Cristina sí la reconocía. Para mí, era Jesús mismo quien se paseaba en esta ciudad que tiene algo de “la maldición de la Malinche” mexicana. Es decir, maltrata a los propios y besa los pies del extranjero. 

Este es uno de los tantos problemas que sufren las mujeres que trabajan en las casas. Son víctimas constantes de los patrones y los hijos de estos. Si quedan embarazadas, son arrojadas a la calle sin la menor compasión de las patronas. Se oye muy comúnmente decir “esta chola cochina, cómo va ser la madre de un hijo de mi engreído, menos todavía la esposa del “niño” de la casa”. Las historias de muchachas embarazadas y echadas a la vil calle, son infinitas. Cristina fue amiga, madre, profesora, consejera de estos miles de trabajadoras bien despreciadas, pero a la vez bien explotadas de este Perú que se cree muy humano y hasta muy cristiano. 

Cristina murió por un tumor en el cerebro, después de luchar varios años contra un cáncer a la piel en el rostro. Tuve el privilegio de tomarme las últimas fotos de su presencia en este mundo de los vivos. Llegué al Cusco la víspera de su viaje a Francia donde tenía un hermano. Ella me había pedido llevarle un par de sombreros de paja toquilla hechos en Catacaos, Piura, para su hermano que vivía en París. Me reconoció a pesar de ya estar muy afectada por la enfermedad, como siempre nos hicimos unas bromas y la vi llenarse de alegría en medio del dolor que le provocaba el cáncer que afectaba su cerebro. Pudo viajar acompañada de un amigo médico con el que había trabajado en favor de tantos pobres como hay. Llegando a París falleció en casa y en los brazos de su querido hermano. Descansa en su tierra después de haber dado tan vida a mujeres como ella, a despecho de tantas otras que les quitan la vida.